domingo, 17 de abril de 2011

El Libro de la Semana: EL PEZ EN AGUA de Mario Vargas Llosa





Mario Vargas Llosa escribe como cronista en la mayor parte de sus obras. Tiene recuerdos y vivencias que actualiza como deber ser de su opción política. No se puede negar la calidad técnica, el orden y el conocimiento de arquetipos literarios, estilo de prosa, saltos de tiempo, que abundan en su narrativa. El peso de la crónica hace que sus obras tengan un referente muy cercano a lo vivido por Vargas Llosa en su papel de político, en sus roles de activista desde joven, o en sus opiniones neo liberales, que son el ethos de sus novelas y su actual convicción ideológica. El pez en el agua (1993), conjunto de memorias de Vargas Llosa, relata su iniciación como cronista por su relación con Raúl Porras Barrenechea, su mentor al inicio de su actividad periodística. Este mentor representa el alter pater de Mario Vargas Llosa, un padre intelectual con valor positivo en su narrativa.


Contrasta con Raúl Porras Barrenechea el padre biológico de Vargas Llosa, Ernesto J. Vargas, el padre disfórico, que conoció recién a los 10 años de edad, un personaje depositario de vicios irreconciliables con la personalidad de intelectual de Vargas Llosa, es el padre autoritario, insensible e inculto, proveniente de una familia de menor abolengo que los Llosa, Mario lleva la herida del origen humilde de su padre, que hizo pasar pobreza a su madre Dora Llosa: “mi padre era radio-operador de la Panagra. Vivían en una casita de la calle Alfonso Ugarte, en Miraflores.” Lo que permite al narrador autobiográfico confesar la situación de pobreza es la ubicación de la casa de sus padres en un espacio eufórico, el distrito de Miraflores, balneario con escenarios limpios y hermosos, recogidos en la novela La ciudad y los perros.



Pertenecer a Miraflores, o vivir en él, en el tiempo de escritura de El pez en el agua, es un signo de prestigio aceptado por el imaginario colectivo peruano. El padre biológico del narrador al menos comparte un gusto por lo bello con Vargas Llosa, su elección de Miraflores como residencia, hecho que permite a Mario pensar como limeño, superar su origen provinciano al trabajar, escribir e interactuar en Lima y Miraflores, desde luego sin llegar a renegar de su ciudad natal, Arequipa, a la que alude en el texto varias veces como su cuna.

Mario anula todo vínculo intelectual con Ernesto, derroca el recuerdo paterno como lo indeseable y afirmará su existencia por su separación de él, y por figurar como actor de la historia peruana, en tanto intelectual, hombre de letras y político. La distancia creada por el abandono paterno, hace reemplazable la figura del burdo padre, por un mentor que se acercará a su pupilo en la comunión de la historia y las herramientas de trabajo intelectual. Raúl Porras, representa el deber ser del padre y del intelectual, en contraste el narrador operará un proceso de desmitificación de la persona del aprista Luis Alberto Sánchez, como seudo intelectual, como componedor de textos sin rigor académico, como farsante y charlatán. Luis Alberto Sánchez, figura emblemática del partido aprista, encarna la esperanza de legitimar intelectualmente al partido, de tener origen en el desarrollo de la cultura peruana. Negado este rol, no solo Luis Alberto, sino el Apra quedarán en el no ser de la intelectualidad, en lo falso, lo indeseable, lo ramplón y lo indigno.

Vargas Llosa, descendiente intelectual de Porras, demuele al Apra y a los apristas incómodos, sus enemigos eternos desde tiempos de su abuelo materno como prefecto hasta la guerra sucia, liderada por el Apra, durante las elecciones presidenciales de 1990. Vargas Llosa cumple la misión política de desacreditar al Apra como antimodelo del deber ser, como partido mafioso y como personas carentes de intelecto.

Mario se formó como periodista a los 15 años en el diario La Crónica, evento que relata en el capítulo VII. Periodismo y Bohemia. En ese ambiente relajado, Mario confiesa que Carlos Ney lo inició en el conocimiento literario: “Hablar de libros, de autores, de poesía, con Carlitos Ney, en los cuchitriles inmundos del centro de Lima, o en los bulliciosos y promiscuos burdeles, era exaltante.” Mario accedió con gente mayor que él a un mundo literario ajeno y desconocido para su padre. Todo el ethos del Mario Vargas Llosa, cronista y literato se forma mediante contactos ajenos a su padre. El valor de El pez en el agua es informativo, se publica cuando Vargas Llosa ya era un autor de novelas consagrado. Lo que Vargas Llosa actualiza en sus novelas es un imaginario de dictadores, políticos, intelectuales, autoridades eclesiásticas, literatos que interactúan en una lucha entre el liberalismo y el totalitarismo. A Vargas Llosa le gusta que su narrador sea una conciencia supra sensible de la sociedad, una voz enterada de todos los pormenores de la realidad del país que sirve de referente a la obra, además esta voz, por la autoridad que da su conocimiento es capaz de emitir juicios valorativos de eventos y personajes; esto revela la intención del autor de aparecer como historiador y literato.

La fama y el peso internacional de Vargas Llosa, legitima su posición de cronista, de enjuiciador y de narrador de la realidad. Como credenciales intelectuales presenta sus contactos con intelectuales y políticos reconocidos en el Perú y el extranjero, los que funcionan como personajes eufóricos para su cosmovisión, para ello, primero presentará las credenciales intelectuales de Porras, lo que brinda continuidad a la formación intelectual de Mario: “Porras profesaba una admiración sin reservas por Riva Agüero, al que consideraba su maestro y con quien tenía en común la meticulosidad para el dato y la cita.” El valor eufórico de Porras, se logra por el contraste con el valor disfórico de Luis Alberto Sánchez, el no ser del intelectual para Vargas Llosa. Porras legitima el acervo histórico de Vargas Llosa, ya que ese historiador conoció también a Víctor Andrés Belaúnde, quien a su vez polemizó con José Carlos Mariategui. Sin embargo el ethos de cronista solo podía ser entregado por Porras, ya que su conocimiento literario se reducía a contactos con los grandes poetas pero no a una sensibilidad artística desarrollada.

Vargas Llosa pretendía figurar como literato, destacar como creador desde esta etapa de contactos y enriquecimiento cultural. Su amigo Luis Loayza le hace conocer la literatura latinoamericana y lo conecta con la esfera de prestigio de profesores de literatura y escritores de la Pontificia Universidad Católica del Perú. En esta etapa Mario podrá legitimar sus credenciales literarias con solvencia. El progreso de Mario en la literatura peruana se traduce en el ingreso a un círculo cerrado de entendidos, que ocupan un espacio formal de educación y reunión como la universidad Católica y otro informal como la biblioteca de Cisneros, cuyas clases particulares representan el acceso a tópicos y temas literarios, que serán profundizados por este mentor. Luis Jaime Cisneros brindó conocimientos quizás secretos o de duro acceso, en un espacio de valoración eufórico como Miraflores, este distrito en el imaginario de Vargas Llosa se actualiza en el rol de espacio semiótico de la belleza y del conocimiento, ambos, atributos del deber ser literario, y elementos de la actividad del cronista literato. Mario recibe con confianza y satisfacción estos conocimientos en los espacios semióticos del aprendizaje literario: la Católica y Miraflores. El hecho de llevar la política a la narrativa se debe al hecho de que hemos probado la formación y consolidación del ethos de Vargas Llosa de cronista literato, donde el peso de la historia llega a expresarse en una mimesis del detallado relato periodístico, como los casos de torturas que aparecen en las novelas, La fiesta del chivo, Lituma en los Andes, y de los relatos de la guerra sucia organizada por el Apra en El pez en el agua.

Conclusión: Pocas veces la ficción de Vargas Llosa toma distancia del referente histórico, siendo su aspecto formal, la descripción pormenorizada de crímenes, vejaciones, abusos, críticas a personajes del ámbito latinoamericano como dictadores, matones, militares, funcionarios y políticos que se mueven en el imaginario de Vargas Llosa, que sustenta su cosmovisión en tesis neoliberales, por la manifiesta necesidad de expresar un deber ser de la política y del destino de la nación desde el arte. El ethos de cronista literato se funda en la amplia documentación de los hechos y la toma del referente de la realidad en tanto cronista, discípulo de Porras, mientras que en la literatura tenemos la prosa del novelista que repite lugares comunes de dictadores que llegan a actualizarse como prototipos del no ser del gobernante latinoamericano. Siempre habrá la develación de un proceso ilegal de corrupción, de atropello a la libertad de prensa y de opinión, que Vargas Llosa ha testificado, en busca de un deber ser ético, este actor se ha vuelto propulsor de la lucha por una vuelta al orden en países como el Perú desde su imaginario histórico y literario.

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